UN POQUITO DE AUTOBOMBO


Ruth y yo en la presentación

Ya sé que está feo hablar bien de una misma. Por eso yo, que soy muy astuta, decidí que la presentación de Las pequeñas mentiras en Tipos infames me la hiciera mi amiga Ruth Bozal. No solo es buena amiga y me quiere, sino que además escribe muy bien y sabía que diría algo bueno y bonito. Me gustó tanto lo que dijo que os lo quiero enseñar (aunque quede una entrada de autobombo escandaloso).

PRESENTACIÓN DE “LAS PEQUEÑAS MENTIRAS”

Cuando la gente se entera de que escribes es bastante habitual que te pregunten sobre qué te aporta escribir. Son muchas cosas, por ejemplo, escribir hace que tus lecturas sean más detalladas, como cuando intentas enseñarle algo a otra persona, y eres tú quien de pronto lo ve clarísimo. O consigue que vayas por la calle con los ojos más abiertos a la gente, los espacios y las situaciones. Por no hablar de lo bien que sienta tener acompañantes imaginarios cuando sales a correr. Sin embargo yo siempre respondo que lo que más me ha aportado es gente interesante: real y ficticia.

Eso me pasó con Laura. Nos conocimos escribiendo y sin ponernos cara, porque era por Internet, pero enseguida sintonizamos. Luego vimos fotos, por fin un encuentro real y tras ella todo su mundo: Julio, Carmen y Luis, las súper cuñadas y suegra, el resto de la familia, los amigos, Inés (para quien no la conozca, es una chica cursi que vive en la Barcelona de mediados del siglo XX), la casa inquieta (inédita pero recientemente plagiada), el Niu de mones (recomendaciones literarias y cinematográficas 100% fiables) y, desde luego, Carmen Arregui, protagonista de Las pequeñas mentiras.

Carmen no es una detective al uso. Para empezar es ertzaina, no policía, ni detective privado, ni escritora de novela negra. Es un personaje moderno, desde el punto de vista de que es una buena observadora, que enlaza datos y reacciones de los implicados, de una manera pausada, con errores puntuales y conocimientos previos, pero sin las deducciones semidivinas de los detectives clásicos como Sherlock Holmes o la Srta Marple. Tiene un código moral más elevado que muchos de los protagonistas más famosos. No recurriría, como Sam Spade al engaño premeditado en busca de una confesión, sin embargo tampoco peca del idealismo de los decimonónicos donde el bien siempre triunfa. Es una mujer práctica, en su trabajo y en su vida. La imagino en Montecarlo, rodeada de casinos y tiendas de lujo, preguntándose: “¿Y esta gente donde comprará una libreta para apuntar la lista de la compra?” Le gusta que las buenas personas y lo correcto primen, pero sabe que no siempre es posible y combina la justicia con la realidad.

Ni Carmen ni Laura son donostiarras de nacimiento (aunque una naciera a 50 kms y la otra a 500), pero lo son de corazón. Leo: “…consideraba San Sebastián su ciudad y estaba casi tan orgullosa de ella como de sus hijos. Le encantaba enseñarla a amigos que venían de vacaciones, como si ella hubiera contribuido a conseguir esa belleza”. Y es verdad, contribuyen. Laura porque embellece todo con su presencia y alegría y a través de Carmen refleja un San Sebastián libre de muchos prejuicios para los que no viven allí. Pongamos como ejemplo que el asesinato de una mujer rica sucedido en San Sebastián no se torna rápidamente en un atentado etarra.

Laura siempre ha sabido crear ambientes, aprovecha los lugares que conoce, y hace que Carmen Arregui se mueva por un San Sebastián de día laborable, como hace Mma Ramotswe (Primera agencia de mujeres detectives de Botswana, que me descubrió Laura) por Gaborone, mezclando sus hábitos rutinarios con la indagación del crimen. Y aunque Laura no usa el tono caricaturesco de Alexander McCall Smith, si tiene la misma habilidad al combinar las tramas cotidianas de su vida doméstica con la excepcionalidad del asesinato de una mujer conocida. El taller de costura de Vestidos de novia (su novela anterior) parece auténtico, rápidamente te introduce en su ambiente, sus texturas, olores, y rangos profesionales. Se aprecia que proviene del recuerdo de uno que realmente existió. Con unas cuantas páginas más, el lector podría haberse movido entre los cajones, sacando de cada uno el material preciso para el modelo que se estuviera confeccionando. No es casualidad que Las pequeñas Mentiras esté ambientada en una peletería. Laura trabajó en una hace años. 

Esa capacidad de plasmar la realidad en una trama ficticia es la que ahora ha conseguido llevar a los personajes. Podríamos ser cualquiera de nosotros, con nuestras rutinas y nuestras neuras, deseos, aficiones y desagrados. Virtudes y defectos propios o ajenos, que también Carmen tiene que capear, cuando un compañero la saca de quicio o un profesor obtuso carga la tintas sobre su hijo.

Carmen, como Laura, es una mujer muy sensata con ocurrencias que se salen de lo común, aunque una vez las dice nos parece que cualquiera podría haberse dado cuenta. No es así. Hay que estar atento, tener las cosas claras y el ánimo receptivo.

Hace unos días me contaron una anécdota: Una mujer se maquilla en un parque. Se le acerca una niña: ¿Qué haces? Me pinto los ojos, como hará tu mamá. No, mi mamá ya tiene.

Eso es lo que Laura hace. Nos recuerda que el día a día es muy interesante. Una de las cosas que más me gusta de “Las pequeñas mentiras” es que para Carmen Arregui ser ertzaina no es una forma de vida, sino un trabajo. De la misma manera que Laura es enfermera. Ser ertzaina es un trabajo que le gusta, sin duda, aunque ella quería ser bombera. Es un trabajo que le ocupa mucho tiempo. Y lo hace muy bien (todo lo dicho va por las dos, salvo lo de bombera).  Pero un trabajo. Y aunque el foco de la novela se centre en esa faceta de su vida, vemos lo importante que son también para ella otras muchas cosas, como la familia. A diferencia de la mayoría de los protagonistas de novela negra, ya sea tipo Carvalho, de novias putas y amores perdidos o tipo Wallander (o cualquier nórdico) y sus terribles relaciones paterno-filiales, Carmen Arregui tiene una familia feliz, de esas que tan poco interesantes le parecían a Tolstoi. Con sus movidas internas, el cuñado mal avenido, la madre enferma y el hijo respondón. Pero esencialmente feliz. De quien irremediablemente te enamoras es de Mikel, el marido de Carmen. “Siéntate en el sofá que vienes cansada y ya te traigo yo unas aceitunitas y una copa de vino”… todos sospechamos que es la parte de ficción de la novela… ¡Aunque imagino a Julio en esa situación!

Sé que no he hablado de los personajes secundarios de la novela, cosa que me afearía mi amigo Manu Espada, pero no sería justa ensalzando a uno por encima de los demás. No hay un Dr. Watson, como no hay un Moriarty. A quien seguimos es a Carmen y a través de ella tenemos nuestras filias y nuestras fobias. Nos gusta Lucía porque parece sensata y no soportamos a Fuentes que es zafio e inoportuno. Lorena e Iñaki son el equipo de apoyo en la investigación, pero no tienen el protagonismo del doctor,  y a Cristina Sasiaín, la muerta, y su familia les vamos conociendo de a poco. Como novela negra actual, no hay un antagonista claro, en contrapartida a las clásicas. Cualquiera podría ser el asesino, por envidia, celos, abandono, dinero o principios (al fin y al cabo es una “muerte entre las pieles” – título que tenía la novela como borrador)


Espero que vosotros, como yo, estéis deseando saber más de ellos en la siguiente entrega, que también se desarrolla en un entorno que Laura conoce bien, tras muchos años acudiendo puntualmente y unos pocos acreditada. Disfruto desde ya con tan sólo imaginar a Carmen Arregui moviéndose por uno de los iconos de San Sebastián: Su festival de cine.


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