FESTIVALES II



Aprovecho el tirón de lectoras que proporciona el 62 Festival de Cine de San Sebastián al nido para colar en mi sección de marcianadas saladas, otro de mis festivales de cine favoritos: el Yamagata International Documentary Film Festival que se celebra en Japón con carácter bianual desde 1989, lo que lo convierte en uno de los certámenes más antiguos dedicados al cine documental, sino el más, que tampoco me he puesto a investigarlo.

El festival de Yamagata está entre mis favoritos porque rinde tributo a uno de sus padres fundadores: Shinsuke Ogawa, que inició su carrera en los 60 con documentales de guerrilla en pro de la causa contra la construcción del Narita International Airport en la zona arrocera en Sanrizka.

Cuando los activistas políticos y los estudiantes abandonaron derrotados, Ogawa se interesó por la vida de los campesinos que sembraban arroz. Empezó a hacerse preguntas de tipo trascendental, de esas que es mejor no intentar hacerse en casa. ¿Qué legitimidad tenía para filmar aquello que no conocía? ¿Se filma lo que se conoce o para conocer mejor? Dejó de filmar, se mudó a Sanrizuka y aprendió a cultivar arroz. Hasta que no pudiera comer arroz sembrado por él mismo, no lo filmaría. En el proceso, descubrió que cada vez que los campesinos abrían la trampilla para anegar los terrenos arroceros, con en el agua, se liberaba, al mismo tiempo, miles de años de cultura que había pasado de padres a hijos. Quiso formar parte de aquel rollo milenario, entender sus ritos, mitos y leyendas, en definitiva, ser eslabón para filmar la cadena de forma coherente. Entregó su vida a ello.

Aparte de las brillantes producciones, no menos brillantes fueron sus formas de exhibición. Construyó salas de proyección con materiales tradicionales utilizados por los campesinos, con el propósito de que duraran poco, no más tiempo del que durara la exhibición de sus películas, semanas, pocos meses a lo sumo, hasta que se derrumbaban y pasaban a formar parte de la tierra de donde habían nacido. Construcciones efímeras para historias efímeras de una cultura milenaria que mira hacia atrás y que sobrevive en la vida de Ogawa, como a la de cualquier campesino, y que transcenderá por generaciones, en su obra cinematográfica, en sus cultivos, en documentales que aún no han sido producidos y en arroz que aún no ha sido sembrado.